Madres de la Plaza de Mayo: las locas más cuerdas

Las Locas Más Cuerdas

El pasado 30 de abril de 2007 se conmemoró el 30º aniversario de la primera ronda de las Madres de Plaza de Mayo. Un ejemplo de lucha que vence a los voceros de la desmemoria. Un símbolo internacional que a 30 años obliga a reflexionar y a homenajear.
Todo aquello que guarda la historia internacional no pierde vigencia. Los años y las desapariciones físicas no borrarán nunca los hechos objetivos. Es justamente esa objetividad la que fabrica admiradores y detractores. Y, además, es gracias a hechos objetivos cómo se logra la categoría de indiscutible reduciendo a cero cualquier negación que pretendan hacer vendedores y compradores de la historia cambiada.
Los 30 años del nacimiento de las Madres de Plaza de Mayo, conmemorados el pasado 30 de abril, son mucho más que un cumpleaños. Se trata de mucho más que del recuerdo de una primera ronda. Es, por lejos, bastante más que la lucha por sus hijos desaparecidos. Significa la vigencia de la lucha y un compromiso ineludible por los derechos humanos y el mantenimiento vivo de la memoria que aún guarda el genocidio que, si bien logró victorias en el plano político y económico, no ha podido borrar de la historia el horror, ni ha logrado salir inmune a la superficie social. Que la Dictadura Militar esté presente en el peor de los recuerdos de un significativo sector social se debe, en gran medida, a estas “Locas de la Plaza”. Nunca una locura ha sido tan cuerda.
Que la Argentina sea el país más destacado por su lucha contra el terrorismo de Estado que unió a la mayoría de los países latinoamericanos en las décadas del ´60 y ´70, no tiene que ver justamente con los laureles que supieron conseguir los gobernantes de la democracia. Muy por el contrario, tiene más que ver con esas rondas que se dieron en medio de un clima que nada tenía de cálido.
Pocos argumentos quedan para los defensores del instinto maternal, cuando chocan ante el hecho de que un grupo de Madres, mucho menos de treinta mil, salieron a la calle enfrentando represiones y desapariciones en sus filas. Se puede ser madre, se puede sufrir por la situación de los hijos, pero nada de esto garantiza ser una Madre de Plaza de Mayo.
Estar presente en la Plaza más importante del país, haber logrado el reconocimiento de numerosos artistas que se acercaron a la conmemoración y haberse convertido en las “Madres de la Plaza, que el pueblo abraza” es el fruto que dio a luz luego del parto más difícil y de la gestación más larga.
Tener que referirse a las Madres de Plaza de Mayo es convivir con el orgullo de verlas viejitas, pero nunca cansadas ni vencidas, con la emoción de estar ahí presente junto a ellas, poder escucharlas y felicitarlas; pero, también es la convivencia con el dolor de una existencia que nunca debió llegarles. Las Madres de Plaza de Mayo fueron engendradas por el crimen organizado, que en nombre de la Reorganización Nacional, implementó el exterminio de una generación que sigue haciéndose presente en cada lucha. Hablar de Madres es también hoy hablar de Abuelas; en principio porque la vida y el tiempo las ha puesto en ese lugar y, además, porque han demostrado que la lucha es también por la identidad. Recuperando nietos que fueron apropiados durante su nacimiento en cautiverio, gracias al brillante trabajo de investigación que los ha devuelto a sus familias originarias.
Una lucha que continúa y que se sostiene fundamentalmente por un motivo: la firme convicción de que no basta con denunciar las atrocidades cometidas y echarse a llorar, sino que hace falta una lucha que se reconozca a sí misma. Nadie se reconoce a sí mismo sin identidad. Y ahí están las Abuelas recuperando identidades.
Ante tanto consumo tóxico de productos publicitados y programas narcotizantes, fue verdaderamente emocionante ser parte de la multitud que celebró con la Madres, el pasado 30 de abril. Una Plaza que sonrió al sentirse abrigada por la unidad de distintas generaciones que se juntaron. Una heterogeneidad de edades que comparten un compromiso. Niños, cuyos padres son hijos de la Dictadura. Abuelos que vivieron esas épocas y aunque el tiempo quiera retirarlos de sus actividades, se niegan a jubilarse de las ideas. Adolescentes que se acercaron junto a sus padres sobrevivientes. Jóvenes, cuya única vinculación con aquel horror es el rechazo y el repudio.
Militantes y ex militantes políticos, fundamentalmente de partidos de izquierda y otros organismos de derechos humanos, que se acercaban a charlar con ellas y recordaban históricos momentos cuando juntos, ya en democracia, les arrojaban gases, les cortaban la luz y ahí estaban las madres poniendo el cuerpo. Una jornada en donde los treinta mil desaparecidos estuvieron más presentes que nunca; porque contradiciendo a la ciencia, ellos dieron vida a las Madres. Ellos, como han expresado las propias palabras de las Madres, “enseñaron el camino”. Ellos, a los que la Argentina todavía les debe la Patria Socialista, por la que vivieron y murieron, dijeron presente. Ellos que, parafraseando al Che Guevara pusieron en boca de sus madres que “la única lucha que se pierde es la que se abandona”. Ellos también estuvieron en la Plaza.
Pasaron 30 años. Pasaron muchos momentos y represiones. Pocos hombres y mujeres han sido los que han estado desde el comienzo y el archivo de la historia ya les hizo un lugar (aunque muchos de ellos no hayan sido mencionados en al acto). La Justicia es esquiva. Todo indica que la gran mayoría de los represores morirá librándose de la cárcel. Pero no estarán libres de la efusividad con que cada uno grita y salta para no ser militar.
La Justicia y sus hombres de honor que pronunciaron frases célebres para la democracia documentalista, han sido otrora especialistas en rechazar Hábeas Corpus para los detenidos por El Proceso de exterminio. Los pañuelos blancos, se ennegrecen cada vez que alguien dice hoy ser uno de sus hijos pero que, en su momento prefirió negarse a defender a sus hermanos, pudiendo hacerlo y jamás ha dado una sola vuelta cuando hubo que hacerlo. Pequeños detalles que son necesarios tener en cuenta, más aún cuando desde un atril de discursos se manifiesta el interés de recordar el pasado y mantener viva la memoria.
El modelo buscado por el sistema fue alcanzado y se sostiene diariamente. Pero ha demostrado ineficacia para estandarizar las ideas. No han podido enloquecer a las Madres. A esas que ya no bailan solas. A esas Madres que hacen que a toda persona con sangre en las venas y corazón vivo, se les erice la piel al escucharlas. Las mismas que logran que cualquier artista pase a segundo plano y que éstos, sabiéndolo, no puedan rechazar su invitación. Mujeres especiales. Seres humanos que han llegado a la inmortalidad. Que han demostrado que los modelos políticos pueden imponerse pero el triunfo es parcial. No se ha logrado inventar la vacuna contra la rebeldía, ni instalar la pasividad total. Eso se debe a las Madres y eso también se debe a los hijos revolucionarios que han logrado trasladar su lucha a los pocos hombres y mujeres que ellas saben que acompañaron desde siempre.
Pañuelos que viajaron por el mundo. Llevando su mensaje por el planeta, Hebe de Bonafini ha resumido claramente el trabajo de las Madres: “lo mejor que hemos hecho es reivindicar a nuestros hijos como revolucionarios” Socialismo y revolución es el mensaje que pronuncian. Un mensaje que, en su paso por el acto, Horacio Fontova asegura “no es conveniente para los oscuros jefes de este sistema”. Internacionalismo. Una idea que ha quedado demostrada en los festivales por sus treinta años: artistas latinoamericanos provenientes de Colombia, Venezuela, Cuba, Uruguay, etc. Personalidades internacionales de la talla de Pablo Milanés han sido también adherentes a las conmemoraciones. Palabras del mismísimo Fidel Castro se han levantado de su lecho para llegar a la Plaza de Mayo. Adhesiones y saludos que llegaron desde todos los hemisferios. Nadie, absolutamente nadie quiso faltar. Nadie, absolutamente nadie podía faltar.
Lo más emocionante que tienen Las Madres no puede ser escrito. Lo más emocionante de ellas será percibido al hablar con cada una. Todos los pañuelos blancos vivirán. Con el caudillismo de Hebe de Bonafini, con la ternura de Nora Cortiñas, con las palabras reflexivas de Estela de Carlotto. Con la presencia igualmente valorable de aquellas Madres que, con el tiempo, prefirieron el camino de la independencia. Con las que ya no se ven pero se sienten. Todas han llegado para quedarse. Todas se han transformado en sinónimo de lo único que podrá mantener vivas las esperanzas de salvar al hombre: la rebelión y la lucha.

Sergio Fernández

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